Muchos autores creen que la base del sufrimiento que observan en los
adultos, está en la infancia. Y hacen hincapié en la importancia del vínculo en
la relación del niño con los adultos. René A. Spitz (1960)
nos habla de la importancia de la comunicación para cambiar pautas de conducta
en los "niños desposeídos". Sus estudios, hechos en los hospicios de
la época, son la base de muchos otros que se realizarían posteriormente. Freud
estaba convencido de que el origen del trauma se remontaba años atrás, en el
histórico de la persona. Pero a la vez, como nos recuerda Boris Cyrulnik (2004), también creía en la posibilidad de reparación al hacer mención a la
cicatrización reactiva.
Que las heridas en la infancia dejan huella, es un hecho
que se puede constatar en muchos espacios de trabajo terapéutico: lo que
conocemos como trauma relacional. Este trauma inicial, siempre está relacionado a
las figuras de apego. La disrupción de los vínculos de apego conduce a un desequilibrio homeostático en el niño cuya reparación esta sujeta a la calidad de relación que mantiene el adulto con él.
A medida que las personas van desgranando su historia,
surgen esas anécdotas, hechos, y situaciones que han contribuido a generar la(s)
herida(s) en la infancia, que el paciente narra y con ello re-construye su
historia. Son muchos los interrogantes que se abren ante nuestros ojos cada vez
que alguien empieza a explicar(se) su relato. Construir desde el pasado pide,
entre otras cosas, la necesidad de preguntarnos: ¿Por qué? con la esperanza de abrir más interrogantes.
Muchas veces el paso del tiempo y la distancia hacen que podamos dar a esas
preguntas un nuevo sentido, volver al origen, abrir las dudas, seguir
preguntándose, sentir quien o quienes, incluso qué situación nos significó en
el momento de sufrimiento, cuando creíamos que el mundo que nos rodeaba estaba
ciego ante él. Hace tiempo me comentaba una persona: "Cuando yo era pequeña, los adultos
que me rodeaban debían de ser todos una réplica de los tres monos chinos: no
ver, no oír, no hablar." Excepto alguien que
escuchó, y fue capaz de estar. "Mi vida cambió en ese momento, ya
no me importaba el desprecio de mi madre, había otra 'madre' a la que podía
querer, me decía que yo podía, que era lista, que era buena. Me libró de mi
destino de mala hija."
A veces es un gesto, una mirada, un acto de comprensión o de expresión de
afecto, el que da otro sentido a la realidad que rodea al niño. Otorga un lugar
diferente: potencialmente otra posibilidad de ser. Lo simbólico como poder y
principio organizador que genera la posibilidad de volver a tejer el espacio
maltrecho, para construir otro sentido de ser, una nueva identidad. "Ser y
pertenecer" son herramientas poderosas para poder crecer y cambiar.
Favorecen la resiliencia. Ayudan a formar la identidad.
Cyrulnik, Boris, Del gesto a la palabra, Barcelona,
Gedisa, 2004
Spitz, René A.
No y Si. Sobre la genesis de la comunicación
humana. Buenos Aires. Horme. 1960