CICATRICES
El arte japonés del kintsugi nos habla de la belleza de integrar la propia cicatriz en un objeto que ha sufrido una rotura. La belleza imperfecta de la cicatriz, que nos confiere una particularidad, una forma de ser y observar el mundo, de interconectar con él. Esa cicatriz que nos transforma y nos hace únicos, surge de nuestra vulnerabilidad y fragilidad, que coexisten con nuestra capacidad para desarrollar resiliencia. ¿Cómo aprenderíamos sino de las experiencias traumáticas sin entender y aceptar nuestra fragilidad? Solo cuando vemos la herida, podemos ser actores activos de nuestra recuperación. La técnica del kintsugi consiste en reparar las partes rotas de un objeto con barniz espolvoreado con metales como el oro, la plata o el platino, que no se deterioran con las condiciones corrosivas de los ambientes. Todos somos heridos, caemos, tropezamos en muchos momentos de la vida, y algunas de estas caídas nos dañan, y nos dejan marcados. Pero en cada cicatriz hay un oximoron que nos recuerda que en ese mismo lugar donde hubo dolor ahora hay sanación.
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